Después de obtener su doctorado en física de la materia condensada en 1988, la física argentina María Teresa Dova no tenía certeza de cuál sería el próximo paso en su carrera. Había pasado los últimos años en la Universidad Nacional de La Plata en Argentina, estudiando las propiedades físicas de los materiales. Se encontraba evaluando un puesto postdoctoral relacionado en Lyon, Francia.
Pero los profesores de su departamento la animaron a postular también a otro programa. Este programa requeriría que ella trabajase en el CERN, una institución internacional dedicada a la investigación con sede en Ginebra, que en ese entonces era hogar del predecesor del gran colisionador de hadrones, un acelerador de partículas denominado gran colisionador de electrones y positrones. Argentina participaba activamente en el lado teórico de la física de partículas, pero esto llevaría a Dova a introducirse en un mundo nuevo, el de la física experimental de partículas.
“No sabía qué hacer”, afirma. “Postulé a ambos puestos y decidí dejarlo librado al azar. Sin importar qué carta llegase primero, aceptaría ese puesto”.
Unos meses más tarde, llegó a su oficina y encontró dos sobres en su escritorio. Las ofertas para asumir ambos puestos habían llegado el mismo día. “Así que, al final, la decisión estaba en mis manos”, afirma Dova.
Y se decidió por el CERN. Más adelante ese año, Dova, su esposo y sus dos hijos abordaron un avión con rumbo a Ginebra. Su decisión inició un viaje de décadas en física experimental que se aseguró de no emprender sola.
Al CERN y más allá
En el CERN, Dova se incorporó al equipo del experimento L3 del acelerador de partículas emblemático del laboratorio que, para abreviar, se denominaba LEP. No solo era nueva en la física experimental de partículas, sino que también era la única colaboradora de toda Latinoamérica.
Dova sostiene que durante esos primeros meses apenas durmió. “Quería demostrarles que estaba a su nivel”, afirma.
Sin embargo, después de ese período inicial, sus preocupaciones acerca de demostrar sus méritos se desvanecieron. “Era una más del equipo”, afirma. “No importaba que fuera una mujer argentina”.
Dova aprendió cómo funcionaban las colaboraciones internacionales en el ámbito de la física de partículas en el CERN. Eran esfuerzos colectivos desarrollados y dirigidos orgánicamente por científicos de todo el mundo. Al concluir su puesto postdoctoral, Dova sabía que quería continuar, y que quería compartir esta oportunidad con el resto de su país.
Los científicos se encontraban planificando un proyecto nuevo e interesante: el gran colisionador de hadrones. “Tenía una obsesión, y esta era que teníamos que participar en un experimento del LHC”, afirma.
Pero esta vez, ella no quería participar individualmente, sino como miembro de un grupo argentino.
Regresó a la Universidad Nacional de La Plata como profesora en 1992 y comenzó a formar un equipo pequeño de física de partículas. En 1996, por primera vez tuvo la oportunidad de lograr la participación de Argentina en la física de partículas, a través de un nuevo observatorio de rayos cósmicos.
Dova contribuyó en las primeras etapas de la planificación del Observatorio Pierre Auger, diseñado para estudiar los rayos cósmicos con una serie de detectores situados en un lugar apartado de la Patagonia. El observatorio, que sigue funcionando en la actualidad, ocupa un área de 3108 kilómetros cuadrados, aproximadamente el tamaño de Rhode Island o de Luxemburgo. Fue elegida presidente del consejo de la colaboración en 2001 y fue reelegida en 2003. A lo largo de estos desarrollos, continuó manteniendo una fuerte conexión con el experimento L3 del CERN a través de su colaboración con la Northeastern University, y en 2001, se convirtió en profesora investigadora adjunta a distancia de esta institución con sede en Boston.
Entretanto, los científicos del CERN planeaban la construcción de los detectores de partículas del LHC, incluido uno llamado ATLAS. ATLAS estudiaría las colisiones de partículas para buscar, entre otros, el bosón de Higgs, la pieza final predicha del modelo estándar de la física de partículas.
El físico suizo Peter Jenni, el primer portavoz del experimento propuesto, buscaba científicos entusiastas de países de todo el mundo para desarrollar la nueva colaboración. En 1992, unos 25 países se convirtieron en las naciones fundadoras del experimento ATLAS. Pero Argentina no se encontraba entre ellas.
Cada país participante ayudó con funciones esenciales como diseñar, desarrollar, gestionar y financiar el experimento. “Los colaboradores no son simples invitados a la mesa”, afirma Jenni. “También tienen que aportar algo”.
En 2005, Jenni escuchó sobre Dova y su interés de larga data en introducir a los científicos argentinos a los experimentos del CERN. Quedó impresionado por sus credenciales y entusiasmo y la invitó a regresar a Europa para asistir a una reunión de la colaboración ATLAS de una semana de duración.
“Fue una semana increíble”, afirma Dova. “Me fascinó el experimento. Cuando regresé a Argentina, estaba totalmente enloquecida. Les dije a mis colegas: ‘Necesitamos hacerlo. Necesitamos unirnos a ATLAS’ ”.
Su colega Ricardo Piegaia de la Universidad de Buenos Aires, que había incursionado en la física experimental de partículas en el Laboratorio Nacional de Aceleradores Fermi, cerca de Chicago, se contagió de su entusiasmo. Redactaron una propuesta para unirse al experimento ATLAS con su pequeño equipo conformado por dos profesores, dos estudiantes de posgrado y un ingeniero. “Esa fue la parte fácil”, afirma Dova.
Ella quería que este equipo de sus dos universidades formase parte de algo más grande; quería que Argentina se uniera a ATLAS como país.
Para que Argentina se uniera a ATLAS, necesitaban que el gobierno argentino firmara un memorando de entendimiento con el CERN y garantizara el apoyo financiero para su programa en ATLAS.
“Comenzar algo como esto a nivel nacional es un desafío”, afirma Dova. “Pero estaba lista para aceptarlo”.
Casi todas las personas a las que Dova conoció en los organismos de financiamiento argentinos estaban entusiasmados con la propuesta, pero no podían garantizar el apoyo financiero.
Ella siguió intentándolo. Dova se reunió con Lino Barañao, Presidente de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. Barañao era uno de los pocos funcionarios del gobierno que tenía formación científica. Ella le dio su discurso que tenía ya muy bien ensayado: Unirse al programa LHC pondría a disposición de los argentinos competencias nuevas, tecnologías nuevas y conocimientos nuevos. Esta vez, finalmente, su mensaje encontró un público receptivo.
Después de dos meses de conversaciones y negociaciones, Barañao visitó el CERN. Dieciocho meses después, firmó un memorando de entendimiento que garantizaba el apoyo nacional al grupo argentino en ATLAS. Dova encontró apoyo financiero adicional a través de un programa de la Unión Europea, que ayudaría a cubrir los costos de los científicos e ingenieros argentinos que viajasen al CERN durante los primeros días de su cooperación con ATLAS.
En febrero de 2006, Dova esperaba fuera del auditorio principal del CERN, mientras que los más de 100 miembros del consejo de la colaboración de ATLAS evaluaban la propuesta de su grupo. Caminaba por los pasillos mientras ellos debatían.
Después de unos 40 minutos, Jenni abrió la puerta y la invitó a pasar. “Todos aplaudían y yo lloraba”, afirma ella. “Había llegado el momento. Pensé: estamos dentro. Nadie puede detener esto”.
La próxima generación
En 2012, Josefina Alconada, una estudiante argentina de pregrado de física, se encontró en una situación similar a la que Dova había hecho frente dos décadas atrás. Ella se encontraba en la Universidad Nacional de La Plata, reflexionando sobre los próximos pasos en su carrera académica.
“Puedes estudiar tantas cosas en física y yo no sabía lo que quería”, comenta Alconada.
En ese momento ella evaluaba enfocarse en la fenomenología, que es la aplicación de la teoría de la física a los datos experimentales. Pero antes de que tomase una decisión, su asesor le sugirió que postulase al programa de verano para estudiantes que ofrecía el CERN.
“No pensé que me gustara la física experimental”, afirma. “Pero después de dos meses en el CERN, supe que era allí donde tenía que estar”.
Dova la invitó a unirse al grupo argentino ATLAS, que ahora ya cuenta con 20 miembros. Como miembros de ATLAS, estos científicos tienen el mismo acceso al experimento y sus datos que cualquier otra nación participante.
Mientras más tiempo pasaba con Dova, más entendía Alconada cuánto había cambiado para los físicos de Argentina. “Veo cómo [Dova] lucha por todo”, afirma Alconada. “Tenemos menos recursos que otros países, y todo lo que pudimos hacer fue gracias a ella. Estoy muy agradecida y aprecio el hecho de que el lugar de donde vengo pueda ofrecer este tipo de oportunidades. Si no fuera por ella, yo no estaría haciendo esto”.
En la actualidad, Alconada es investigadora postdoctoral en el experimento ATLAS con la Universidad de Tel Aviv. Afirma que espera regresar en algún momento a Argentina y desempeñarse como profesora universitaria.
El grupo de Dova en la Universidad Nacional de La Plata se especializa en desarrollar software y realizar análisis físicos que encuentran y caracterizan las partículas de luz que emanan de las colisiones de partículas en el LHC. En 2012, esas partículas de luz fueron clave para el máximo logro del experimento ATLAS a la fecha: el descubrimiento conjunto (con el experimento CMS del CERN) del bosón de Higgs.
Dova dice que no se esforzó por lograr que Argentina fuese miembro de ATLAS en beneficio de su carrera; lo hizo por su país. “Siendo parte de un esfuerzo global y moviendo las fronteras del conocimiento es cómo podemos lograr que Argentina avance”, afirma. “Quiero dejar un legado para las generaciones futuras”